Noche de silencio y altozano, de tañido y duelo de campanas, noche de cera y racheo, de cruz y recogimiento, de clavel sobre la vieja canastilla, noche que reaviva los muros de Santiago y que hace brotar a los naranjos de Santa María, noche que recrudece la devoción de tantos andujareños que en la hornacina de la Alhóndiga encuentran la serenidad de sus desconsuelos rutinarios.
La Andújar palaciega sirve de telón de fondo a las catorce estaciones de este consagrado Ejercicio por las calles del que fuera el barrio judío de la ciudad.
El Altozano de Santa Ana, hoy dedicado al Cardenal andujareño Estepa Llaurens, se convierte en el rincón más esperado en el itinerario de la Hermandad, pues como cada Martes Santo, deja a su paso imágenes impactantes del Cristo ante las soberbias fachadas monumentales que lo ocupan.
La sencillez y austeridad de esta práctica contrasta con el fervor popular que levanta esta advocación de la Divina Providencia, custodiada y sostenida por la Hermandad de la Esperanza, la cual goza de ella, gracias a tantas leyendas que durante siglos ampara la pequeña efigie homónima que se encuentra en la capilla callejera cercana a la Plaza de Santa María.
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